Si estás libre de tentaciones digitales, tira la primera piedra. No sé si te ha pasado pero he caído  varias veces.

Comenzaba a leer un libro en un dispositivo multimedia, pero poco duraba mi concentración cuando ya sentía la necesidad de revisar mi bandeja de entrada del correo y las actualizaciones de las redes sociales.

Quedaba tan embelesada con el mundo virtual, que luego de tantas interrupciones terminaba perdiendo el hilo de la historia del libro. Era imposible alcanzar el goce intelectual de una obra literaria y darle rienda suelta a la imaginación.

¿Has leído con estos estímulos digitales? ¿Se puede comprender de la misma forma? ¿Intoxica el aprendizaje, comprensión, memorización y hábitos de lectura? ¿Hay cambios en el cerebro?

Es muy difícil asimilar los conceptos cuando estás inmerso en el universo de las interrupciones y distracciones, y se intenta disfrutar de una lectura tranquila. Algo parecido vivió Nicholas Carr, autor del libro Superficiales, ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?:

«Solía ser muy fácil que me sumergiera en un libro o un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en los recursos de la narrativa o los giros del argumento, y estaría horas surcando vastas extensiones de prosa. 

Eso ocurre pocas veces hoy. Ahora mi concentración empieza a disiparse después de una página o dos. Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer».

Carr aseguraba que echaba de menos su viejo cerebro y que la lectura profunda se había convertido en una lucha, por lo que defiende que la red incentiva un tipo de lectura superficial.

Se entrena la inteligencia visual-espacial pero a cambio debilita el procesamiento profundo, la capacidad para la contemplación y la atención, que son importantes para el pensamiento conceptual, crítico y creativo.

Experimento de lectura

Un experimento realizado por una de las personas más respetadas sobre usabilidad en la web, Jakob Nielsen, muestra que se escanea el contenido en forma de la letra F antes que leerlo en profundidad.

Nielsen colocó a 232 voluntarios una pequeña cámara que registraba sus movimientos oculares frente a textos en línea y exploraciones de otros contenidos. Casi ninguno leyó en la pantalla de forma metódica, línea tras línea.

En realidad, comenzaban con un vistazo a las dos o tres primeras líneas del texto; luego bajaban la vista un poco más abajo para escanear unas líneas más a mitad de pantalla y finalmente descendían hacia la parte izquierda de la ventana. En sí, todo lo contrario a lo que se hace con un libro impreso.

Hipótesis: Neuroplasticidad

Nicholas Carr apoya su tesis en la neuroplasticidad. Un término del siglo pasado, que hace referencia a los cambios del cerebro por el proceso de adquisición de nuevas destrezas y por su propio ejercicio.

Es la capacidad que tiene el cerebro humano para formar nuevas conexiones nerviosas en repuesta a los cambios del entorno, aprender a partir de la experiencia y moldear su cerebro.

La neuroplasticidad positiva crea y amplía las redes, y la negativa elimina aquellas que no se utilizan.

Numerosos estudios se pueden citar acerca de la plasticidad neuronal. Uno de ellos fue desarrollado por un grupo de investigadores de la Universidad de Londres en el año 2000.

Se descubrió que los taxistas londinenses tenían una parte del cerebro, el hipocampo –región importante para la memoria y aprendizaje espacial–, desarrollado de manera significativa, mucho más que el resto de las personas.

Esto se debía a que los taxistas desarrollaban más esa zona, ya que la ejercitaban aun más, memorizando las calles y rutas. Su capacidad para la memorización espacial no reducía, más bien aumentaba con los años. Así que, el cerebro cambia según la actividad mental que cada quien lleva a cabo.

Actualmente el cerebro se entrena con el uso de las nuevas tecnologías, un mundo que en ocasiones fomenta la superficialidad. Un ambiente multitarea con estímulos que matan la concentración y atención. Selecciona bien tus actividades  y entrena tu cerebro con lo bueno.